Publicado originalmente: 28 de junio de 2019
Bienvenidas y bienvenidos a esta Casa que expresa una larga trayectoria, compleja, tensionada, heterogénea, para producir saberes en condiciones abigarradas. Es, en cierta medida, la historia de nuestro país, de nuestro Estado, del Estado en que nos encontramos y desencontramos hoy. Ejercicio memorioso y político éste que realizamos hoy, en conjunto, a raíz de la instalación de la nueva directiva de la Asociación Nacional, que hoy empezamos a llamar de Académicas y Académicos de la Universidad de Chile.
Primero, recorriendo la historia, un homenaje a Fernando Ortiz Letelier, profesor desaparecido, y a Ignacio Balbontín Arteaga, uno de los posteriores fundadores de Villa Grimaldi, ambos directivos de la entonces Asociación de Profesores y Empleados de la Universidad de Chile (APEUCH), organismo que antecedió a la actual ACAUCH y que en ese momento era biestamental hasta el golpe militar. Pero también un reconocimiento, del corazón, a Eloísa Díaz, primera mujer médica de Chile y del Cono Sur; así como a Justicia Espada, la primera ingeniera de nuestro país y Amanda Labarca, feminista que creó las famosas Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile.
Nos invitamos a reconstruir en conjunto lo público a partir de este pequeño gesto reconstructor de asociatividad, recordando que la palabra “público” viene del latín de “poplicus” que significa “de la comunidad”, “de todos”, “del pueblo”. Lo hacemos a partir del ejercicio de poner en cuestión el estado de nuestra Casa una vez más. ¿Qué injerencia tiene lo público en nuestras universidades estatales y públicas? ¿Es nuestra Casa ese espejo ético y político, esa institución “de todos y todas” que en algún tiempo imaginamos? ¿Es ella ese espejo de lo que somos, de los tiempos que vivimos, de los tiempos que proyectamos, que deseamos poner en común?
Desfilan por mis ojos vertiginosas imágenes de la memoria: hace unos días una larga marcha se dirigía a Valparaíso en defensa de la educación, en el seno de un paro que se extendía hasta ayer y hasta hoy, que marchaba hacia Valparaíso. Son décadas de formación de formadoras y formadores, de educación media y educación inicial, ensambladas desde una educación superior republicana, estatal y pública.
Esa formación de profesores nos distinguió como universidad durante años. Desde los tiempos del Estado Docente, hoy convertido en un Estado de precariedad por temporalidades tecnocráticas, sin aparente historia común. Y no por falta de Estado, sino porque éste se entregó, para empezar por alguna parte, a lo inmediato y rentable, al autofinanciamiento y a las funciones gerenciales empresariales. Aquí el consumo ha consumido y parcelado nuestros quehaceres de investigación y docencia, instalando un canon de valor bi unívoco, como si no se pudiesen articular investigación y docencia.
Esta Casa, decía Enrique Paris cuando presidió la Reforma del 68, “generalizaba la falta de recursos materiales, la disociación de nuestra investigación, porque ella es a escala “un laboratorio de las contradicciones sociales de Nuestro país, de Nuestra América” (Anales, 1969).
Se escuchan aún aquí las voces de Córdoba del 18’, de Chile del 68’, 69’, del 97’, del 2006, del 2011, del 2018. ¿Qué piden? ¿Y qué tiene ello que ver con esta Asociación Nacional de Académicos y Académicas? Es que hay una Casa que buscamos. Una Casa que espejee con la ciencia y el arte, con la tecnología y las humanidades, una convivencia de conjuntos y relaciones diferentes, más plenas y creativas, más críticas y autónomas del mercado, pero también menos ajenas, más igualitarias, más equivalentes y capaces de escucha. Ellas y ellos (más ellos que ellas cuando leemos la Reforma del 68’ en los Anales), lo imaginaron en el telón de fondo de las autonomías: identitarias, de reconocimiento y de derecho, de más plenas garantías para el libre ejercicio de nuestra misión en todas sus caras, de nuestros quehaceres con todos los estamentos.
Cuando acepté la idea de incluirme entre las candidaturas para este proyecto, circularon por los pasillos ciertos aires de desprecio hacia la idea de reconstruir una Asociación de académicas y académicos. Una “asociación” huele a trabajo sindical, se decía. Y eso huele a “fuero”, a “mediocridad”, a “falta de excelencia”. Así, lo que nos distingue como estamento sería una cierta “nobleza” de pensamiento que aparentemente nada tendría que ver con el trabajo. Después de todo, el canon establecido de este conjunto que llamamos “la academia” rehúsa a identificarse con la palabra y el sentido de lo laboral. Y al hacerlo, recibe como premio a nuestra mermada preocupación sobre nuestra existencia real, una desvalorización persistente del pensar como actuación, como acción existencial, como actos cotidianos y con vocación de país y de poder. No se trata de rechazar el mérito. No se trata de aislarnos de la humanidad. Todo lo contrario. Por eso aquí preferimos hablar del trabajo académico como un quehacer vital, con mente y cuerpo, y no de un simple “trabajo muerto” como dicen en su estupendo estudio sobre la crisis de las humanidades Alejandra Botinelli y Rodrigo Karmy, acerca de la desvalorización de nuestra actividad.
Nuestros objetivos específicos en este proyecto de reconstrucción asociativa hablan de promover la equivalencia de todos los campos del saber: desde la ciencia y la tecnología al ámbito de las humanidades y las artes. La desvalorización de la historia, del pensamiento y la creación, hablan de un profundo empequeñecimiento del alma colectiva pero también de una confusión de “valor y precio”. Creemos que esta reconstrucción asociativa debe incluir la resignificación del canon de valor que hoy involucra la creciente devaluación económica y simbólica de las humanidades, las ciencias sociales y las artes. Esta no es tarea de un día, en la medida en que implica una profunda transformación cultural dentro y fuera de nuestra Casa. Y al mismo tiempo, exige planes integrales estratégicos de desarrollo con vocación de país para la investigación, la docencia, la extensión. Sabemos que esos planes estratégicos deben contemplar asignación de recursos humanos y económicos equivalentes en la actual fragmentación y privilegios de algunos saberes y facultades sobre otros.
Otro de los objetivos concretos dice relación con las remuneraciones a todo nivel. En este sentido, la nueva directiva felicita a rectoría, al Consejo Universitario y al Senado por la aprobación del nuevo sabático que se ha propuesto para la Universidad de Chile. Nosotras mismas y mismos nos proponemos abogar por que AUCAI sea incorporado a las remuneraciones.
Para desarrollar las ciencias, las humanidades y las artes, necesitamos desarrollar y sustentar nuestro potencial creativo y socialmente innovador. Para estos efectos, desde la década del 60’, UNESCO promovió cambios en las políticas del saber tendientes a impulsar medidas concretas que favorezcan el acceso igualitario de hombres y mujeres a la educación media y superior. Es hora de pasar de los derechos formales (normas, reglamentos) a los derechos sustanciales (Alda Facio, 1996). Ello implica solventar material y simbólicamente en las instituciones del Estado las condiciones para la equidad y el trato digno entre los distintos estamentos universitarios, entre los cuatro estamentos. Y digo cuatro, porque, ciertamente, debemos dar cuenta crítica de la precariedad de los y las académicas por hora, así como del gran número de investigadores y profesionales a honorarios con los que cumplimos diariamente nuestra labor.
En este sentido, la creación de la Dirección de Género ha sido una importante contribución de esta rectoría hacia una mayor promoción e integración de género. Del mismo modo, se saluda la iniciativa de incentivar la investigación con perspectiva y dimensión de género que ha propuesto la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo.
Nos proponemos contribuir a potenciar la asociatividad en torno a quienes desarrollamos aportes al conocimiento para promover la integración plural y diferenciada de sujetos sociales, con particular atención a las dimensiones de género y clase, etnia, raza y generación. A mayor complejidad, mayor el esfuerzo mancomunado por articularnos, integrarnos y devolver a nuestro país cuanto creamos cotidianamente. Se requieren energías colectivas para producir nuestros saberes. Energías de integración y diferenciación, de crítica y de transdisciplina.
Al concluir, quisiera reiterar que nuestro objetivo general, se adecúa a la vocación de país que debe tener el Estado. Y en este sentido, si la Universidad se plantea metas realmente plurinacionales, obligatoriamente abiertas al conjunto plural y heterogéneo de nuestra sociedad, quien debe responder a estas exigencias en primer lugar es la Universidad que el propio Estado ha construido. En este sentido, una de nuestras primeras acciones será promover una consulta para la incorporación de la Asociación de la Universidad de Chile a la Federación Nacional de Académicos de Universidades del Estado de Chile (FAUECH). Ella nació a partir de la movilización de académicos y académicas de todas las Universidades del Estado durante el período del rector Federici, intervención que fue depuesta gracias a la masiva movilización de los tres estamentos. La segregación en nuestro caso se extiende por todo el territorio, existiendo Universidades extremadamente empobrecidas.
Pero lo público, intervenido desde la Dictadura Cívico-Militar, estableció una subsidiariedad del Estado, esto es, un contrasentido profundamente anti-estatal, como se ordena en la Declaración de Principios de 1974. Anti-estatal en lo que guarda relación con nosotras, nosotros, todos (todes, dirán mis estudiantes). Aquí, entonces, el Estado deja de ser concebido como una instancia de “todos”, de “pueblo” (puebla dirían las estudiantes de hoy), no sólo porque no expresa ninguna intencionalidad comunitaria, sino porque se aboca a la gestión hipermercantil de nuestras vidas, inscribiendo nuestros quehaceres como “capital humano avanzado”, en las palabras de Milton Friedman. Transformar el Estado en una instancia meramente gerencial para los asuntos de todas y todos, en un aparato cada vez más represivo y criminalizador. ¿Un “aula segura” ante qué? ¿De qué nos protegemos? ¿Cuáles serían las condiciones realmente segurizadoras de nuestras aulas y laboratorios?
Inciertos, inseguros tiempos éstos para la imaginación crítica y transformadora. La labor investigativa, la creación artística, la docencia y la extensión constituyen trabajo, con especificidad y características propias, pero trabajo en el más digno sentido de la palabra. Qué duda cabe. Pero lo “propio” aquí no implica fragmentación, tampoco segregación. Ni estamental ni de género. Las mujeres chilenas enfrentan obstáculos explícitos e implícitos para acceder a las carreras de ingeniería y tecnología, entre otras. Las Casas de saber de hoy, las casas de las Universidades Estatales, empeñados todos y todas en nuestra vocación de país, aun con nuestra misión mermada, con nuestros proyectos de conjunto fracturados, nos invitan a re-vincularnos con los territorios y actores que conforman a diario nuestra cultura de país.
Muchas gracias.